Wonder Boy Complex

Lo que más ha distinguido la pintura de Xavier Coronel (Guayaquil, 1988) es que se resiste a ser definida por un marco de intereses concreto y evidente. Su ambición con respecto a esta se manifiesta, sin embargo, en su decidida inclinación por los grandes formatos, a contrapelo de la progresiva domesticación de la pintura contemporánea local en los últimos diez años. A pesar de los indicios que provee en los títulos y en las sugerencias figurativas, sus cuadros a escala heroica permiten percibir -en ciertos pasajes- una filia formal por la abstracción, donde se delatan gestos expresivos y una manera particular de aplicar la pintura que pueden evocar al arte de posguerra de la Escuela de Nueva York: una apuesta hacia los destellos emocionales que pueden lograr la textura, el color y demás recursos plásticos e ideas como -en sus palabras- “la mancha, el sesgo, el vacío, el des encuadre, la distorsión”.

En su enfoque, aquel hermetismo narrativo con que a lo largo de su carrera ha procurado blindar sus obras -su propensión a construir ficción sobre la ficción de manera exponencial-, parece haber ido de la mano del “impulso inherente hacia lo abstracto” hacia el cual gravitó, en función de su entendimiento subjetivo de la abstracción como un lenguaje/concepto que desborda su habitual interpretación como la simple antítesis de la representación.

Este “cineasta-pintor”, como se ha definido el artista, se ha afirmado en una extrema libertad de enfoques que lo ha llevado a producir toda una muestra fabulando una invasión extraterrestre sobre los paisajes de la costa ecuatoriana (Omari Fox Bay, 2016), o a elaborar una densa trama donde entrelaza ciencia ficción e intriga política latinoamericana, trazando vínculos apócrifos entre el cine de Ridley Scott y la ficción literaria de Joseph Conrad (Nostromo, 2018), para luego producir, por ejemplo, pinturas en las que emplea capturas de un live stream de Justin Bieber en el patio de su casa lanzando pelotas de golf a la piscina.

Para la serie que conforma esta exposición -titulada Wonder Boy Complex- el artista confronta los vínculos entre la figura histórica del niño prodigio y su imaginación extraordinaria en la etapa de la adolescencia, una manera oblicua de abordar la dilatada memoria de lo autobiográfico que también ha aparecido en otras instancias de su trabajo. En la elección de imaginarios para su obra reciente parece no mediar un proceso de atracción consciente hacia los referentes empleados, ni un afán de hilvanar un discurso superficial alrededor de la especificidad de cada imagen. Coronel se afirma en una apología de lo “no-importante”, es ahí donde reside lo político de su gesto, al optar justamente por una antítesis de la retórica altisonante y la sobre-intelectualización que acompaña mucho del arte del presente para devolverla con una lógica invertida: la reivindicación de lo banal a través de la grandilocuencia.

El proyecto macro para WBC parece basarse en la construcción de capas de sentido muy disímiles y diversas. Cada cuadro incluye, tras un velo de engañosa espontaneidad, una cuidadosa selección de imágenes extraídas de sus heterogéneos consumos visuales, sin que el artista sienta que debe justificar la agenda detrás de su criterio: podemos encontramos la silueta del tatuaje de su brazo garabateado por su sobrina, o una captura de un film cuyo nombre no recuerda (donde valora más la críptica geometría de la forma que recorta en el primer plano que la “cita” de la película como texto cultural); o podemos enfrentar algún hallazgo azaroso de su cotidianidad que puede resultar trivial, como aquella llanta y pelota para abdominales que le llamó la atención en una esquina del gimnasio.

Lo de Coronel es un tipo de pintura anclada en la contaminación y la hibridez de múltiples fuentes, pero atenta al poder de los signos y en la cual espera vayan surgiendo encadenamientos y relatos psicológicamente complejos que configuren cierta profundidad alrededor de lo indiscernible. En este tipo de figuración especulativa se teje una red de significantes desestructurada, basada en el anonimato de la procedencia de las imágenes, y en un tipo de comunicación donde se traduce un flujo mental difícil de sistematizar. En WBC el artista se bate a duelo con la ligereza que encuentra en el sistema institucional del arte que nos envuelve. En su contienda enfrenta la soberbia hermenéutica con que se calibra la producción artística a la inmodestia creativa del chico prodigio: aquí mina y expone su propio subconsciente en un cruce particular de lo cerebral y emocional que no niega las operaciones metafóricas pero es renuente a ellas en tanto disecciones alrededor de lo evidente.

Rodolfo Kronfle Chambers
Curador

*Todas las citas son de Xavier Coronel, extraídas de conversaciones con el curador.

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$10,00